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Foto del escritorDr. Alejandro Kohl

Milei y la Salud Mental de los Argentinos



Hoy hace aproximadamente dos meses que asumió la presidencia de la Argentina el único presidente anarco-liberal de la historia mundial. Aunque parezca prematuro y no se puedan evaluar aun las consecuencias de su política sobre la salud mental de la población, las razones por las que fue electo y el contexto internacional en que tal hecho sucedió, bien pueden orientar las especulaciones acerca del sentido que la salud mental de los argentinos tomará en el futuro próximo.

Podemos afirmar que la pasada elección confrontó dos imaginarios diferentes pero deudores ambos de una misma política vinculada al capital financiero internacional. Por un lado, los votantes del liberal-progresismo de Massa defendieron los derechos ganados durante el gobierno anterior, es decir, la ley de aborto, la política de género, el lenguaje “new age”, etc. Mientras que por el otro, quienes buscaban romper con el statu quo, fueron atraídos por la retórica de Milei de defenestrar a la casta dirigente.  

Para ingresar al tema de las condiciones gestadas para la salud mental de la población, conviene enfatizar la afirmación de que tal votación confrontó tan solo dos imaginarios diferentes, pero de ningún modo intereses económicos, ni políticos, ni sociales diferentes, ni de ninguna otra índole. Sucede que en la Argentina actual impera un solo interés económico, político y social que es el del capital financiero internacional y en consecuencia, no existen polémicas en ninguno de estos campos sino sólo discusiones puntuales acerca de la implementación de planes establecidos desde esa única política vigente.

El tema se entiende mejor si contrastamos lo que sucede en el nuestro con otros países donde la situación es claramente diferente. En primer lugar en la Argentina no existe una burguesía nacional como la que impulsó a Trump o Bolsonaro a la presidencia de sus respectivos países. Los capitales que ellos representaban buscaban reproducirse a partir de la producción de bienes y servicios y en consecuencia, requerían expandir el mercado interno, incrementar la población y mejorar su nivel de vida para ampliar la base de consumo de sus productos. Debido a que no existen en el mundo mercados nacionales autónomos –con la excepción quizás de China-, el regionalismo es su expresión política actual. Esta voluntad de regionalización pudimos observarla durante el gobierno de Trump, a partir del momento en que abandonó el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (2017) y posteriormente, con el retiro de tropas apostadas en diversos países del mundo. Se trataba entonces de disminuir el gasto externo del país y volcar los capitales a las necesidades y a la productividad interna. La globalización daba paso a un nuevo proceso de regionalización. Pero la Argentina evolucionaba en sentido exactamente opuesto. Los representantes de los capitales productivos existentes en el país no apoyaron a Cristina Kirchner cuando los convocó a participar de una alianza productiva con el Brasil (2008), con el argumento de que ella no podía garantizar que su política fuera a tener continuidad una vez finalizado su mandato. En consecuencia, la perspectiva de capitalización por parte de la burguesía local se mantuvo dentro de los cánones de una economía de tenderos y no propiamente de industriales. Ello se tradujo en que para los capitales que excedían la capacidad del mercado local, cualquier otro mercado era conveniente indistintamente. Se desvanecía así cualquier expectativa de regionalización.

Por otro lado, el proceso de regionalización se encuentra plasmado también en el modelo de los países que apuestan al Estado como motor de crecimiento económico. El caso emblemático es Rusia. La voluntad política expresada por un Estado fuerte, que en ausencia de una burguesía nacional es capaz de brindar garantías de continuidad a los inversores no tiene parangón en la Argentina. A la falta de expectativas en el país por parte de los capitales locales, se sumó durante el gobierno de Macri la falta absoluta de interés por la función del Estado en la economía. Esto quedó evidenciado con toda crudeza cuando este burgués capitalista entonces devenido presidente, cedió servilmente el oro del tesoro nacional a Inglaterra en aras de vaya uno a saber qué beneficios personales y en detrimento de las posibilidades de vincular la acción del Estado a la conformación de un mercado nacional.

En conclusión, la Argentina es en este momento un país que se encuentra unívocamente a merced del capital financiero, ya que el capital productivo no posee expectativa alguna en el país mientras que el Estado se fue achicando a pasos acelerados. Llegado el gobierno de Alberto Fernández, se logró institucionalizar con toda contundencia la política de reducción poblacional prescripta por la Agenda 20/30, órgano de ejecución programática del capital financiero internacional: ley de aborto, promoción de la sexualidad no reproductiva y medidas de dilución cultural afines a estos objetivos, como ser la instalación del lenguaje “new age” y la defenestración de los valores familiares, así como de los símbolos nacionales y de religión. Todo esto defendido, celebrado y difundido por las adorables chicas del movimiento feminista, verdadera punta de lanza ideológica del capital financiero internacional.

Cabe hacer una consideración más. Ciertamente, nuestra Argentina, a lo largo de su historia, no se ha restringido a ser lo que es hoy. A diferencia de los países antes mencionados, sus mejores épocas no fueron alcanzadas solo ni principalmente por el accionar de una burguesía nacional ni del Estado, sino por un gran actor que señaló los cauces por los cuales pudieron discurrir todos los demás. Se trató del pueblo argentino organizado como comunidad de cultura nacional, humanista y cristiana. En los últimos años, el peronismo ortodoxo se ha dedicado a salvaguardar su memoria y la de sus gestas históricas, convirtiéndolas en recuerdo significativo, llamado, grito desesperado que busca recordar al conjunto del país que nuestra realidad no fue en otros tiempos ésta que estamos viviendo ahora, sino que por el contrario, existieron épocas de felicidad del pueblo aunadas a la grandeza de la patria. Pero se trata solamente de eso, de un grito desesperado, melancolía, goce en el recuerdo de lo que ha sido pero ya no es. Quienes se encuadran en esta perspectiva han transformado la doctrina peronista en ideología, es decir, no la predican con el ejemplo sino que comunican su existencia con la palabra. En el plano político, la actitud de reorganizar el Movimiento Nacional ha cedido su lugar al empeño recalcitrante en crear uno o más partidos políticos útiles para permitir disputar cargos en el marco de una estructura partidaria que, al día de hoy, constituye ni más ni menos que la base de gestión de gobernabilidad necesaria para asegurar la consumación de los objetivos de la Agenda 20/30.

Así llegó el país a las últimas elecciones, con todos sus problemas políticos, económicos y sociales resueltos… Claro, resueltos a favor del capital financiero internacional. Por consiguiente, solo quedaba a la población la posibilidad de elegir entre sus dos vertientes: la ideológica (el progresismo) y la económica (el liberalismo).

¿Pero qué tiene que ver todo esto con la salud mental de los argentinos? Con la salud absolutamente nada, pero con la enfermedad, todo. Si la superflua alternativa partidaria mencionada fue hipostasiada a la hora de la elección como imaginarios contrapuestos, lo que se pone de relieve son las actitudes existenciales. O dicho de otro modo, quedaron contrapuestos a la hora de la elección quienes buscaban conservar los derechos obtenidos con aquellos otros que buscaban impugnar lo existente. Si bien esto no es relevante desde el punto de vista político porque –como dijimos- en última instancia el ganador es el mismo –el capital financiero internacional-, sí es relevante desde el punto de vista existencial, porque refleja diversas formas de la existencia impropia.

¿Qué es una forma de existencia impropia? Una forma de existencia impropia consiste en defender aquello que a uno lo perjudica. “Lo que a uno lo perjudica” no significa en este caso únicamente perder un porcentaje del ingreso, significa además perder todo aquello que asegura la continuidad de la existencia personal, familiar y comunitaria. El capital financiero se caracteriza por la disociación de capital y trabajo, es decir, no necesita para su reproducción de los mercados, de los consumidores ni de la población. Además de prescindir de esta última, su existencia le resulta un estorbo, porque quienes no son de utilidad a un determinado fin, tienden a oponerse y los buenos argumentos, si bien reditúan por algún tiempo una plusvalía ideológica, nunca han sido definitorios. Por consiguiente, resulta perentoria la eliminación de la población. Es así como Klaus Schwab, el presidente del Foro Económico Mundial, ha proclamado dentro del contexto de la Agenda 20/30 la necesidad de disminuir la población mundial en 1000 millones de habitantes. Sí, en efecto, no se trata justamente de frenar un supuesto y nunca bien demostrado calentamiento global, sino de respaldar el orden financiero internacional con una política poblacional apropiada a sus intereses. En síntesis, las formas de existencia impropia no solo favorecen la enfermedad mental y física sino que además culminan en la autoeliminación.

¿Cuál sería entonces una respuesta saludable a los males que nos aquejan? La respuesta que desde un inicio hemos dado en nuestro programa a esta pregunta no proviene de la mente preclara de algún médico lúcido inspirado por la luz natural de la razón, recibido en el divino ámbito universitario, donde habría sido alcanzado por el anuncio inmarcesible de los inobjetables saberes europeos y yanquis, sino de la espontaneidad propia de ese maravilloso pueblo argentino que como siempre, con sus oportunas manifestaciones, orienta el sentir, el pensar y el obrar de aquellos profesionales que por visualizarlo y tratar de entender su mensaje, se insertan en un proceso de transfiguración popular de sus saberes capaz de aportar, en el momento oportuno y adecuado, a una política que verdaderamente dignifique y haga feliz a ese pueblo del cual forman parte.

Ese pueblo no está ausente hoy día sino que ha sido invisibilizado por la estrategia propagandística del poder imperante. Su expresión más contundente ha sido la “maravillosa manifestación del retorno”, a la cual hemos dedicado el primer programa de nuestro espacio, pero se encuentra anunciado también en cada uno de esos acontecimientos personales o grupales a los cuales cabe asignar la jerarquía de “maravillosos”, esto es, disruptivos respecto del mandato del poder, propios de una realidad alternativa que desmiente la existente pero que no existe aun más que como posibilidad. Estos acontecimientos maravillosos permanecen invisibles para la existencia impropia porque no le resultan significativos. En consecuencia, la salud mental posible está relacionada con el ejercicio del reconocimiento y la resignificación de estos acontecimientos, así como con la orientación del pensar, el sentir y el obrar en el sentido de la concreción objetiva de las posibilidades allí anunciadas. A partir del reconocimiento de los hechos maravillosos cotidianos –ver al respecto los programas del 2 al 6 de la primera serie- surge la posibilidad de develar la geografía de un mundo propio que a poco andar, se nos mostrará no como individual, aislado y falsamente libre, sino compartido con nuestros seres queridos, inspirado por la memoria de nuestros mayores y comprometido con el llamado a las nuevas generaciones para compartirlo y recrearlo. Tal es la única disposición posible para promover la salud mental existente en la actualidad.

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