Una vez ocurrió un hecho extraordinario y esperanzador que repercutió en todo el mundo. Lo sorprendente es que fue contundentemente disruptivo respecto de la planificación globalista en curso. Por su magnitud, los medios no pudieron ocultar su existencia y se ocuparon de él por un corto lapso, pero a los pocos días callaron y ya no volvieron a mencionar el tema.
¿De qué se trató? ¿Dónde ocurrió? ¿Tal vez en EEUU? ¿Tal vez en Inglaterra? ¿Tal vez en Rusia? ¡No, no, nada de eso! Ocurrió en un lugar muy lejano de los centros de poder, prácticamente en los confines de la humanidad. Fue un hecho espontáneo y pacífico, masivo, de inusitadas proporciones. No fue un hecho de guerra, ni tuvo que ver con rechazar ni descalificar a nadie sino, por el contrario, con festejar lo propio. En efecto, en el contexto del autoproclamado nuevo orden mundial, hubo un pueblo que encontró razones para el festejo, para la fiesta no de algunos sino de todos; una verdadera fiesta de la mayoría y que –téngase en cuenta-también incluyó a las minorías.
Si, adivinaron: Argentina ganó el Mundial de futbol. ¿Eh? ¡No! Pero ¡un momento! Se trató tan solo de un torneo deportivo, entretenimiento de masas, pan y circo, fiesta de los pobres, de desdichados que no tienen otra cosa que festejar porque viven en una realidad inmunda. Fue todo lo contrario de un hecho edificante: pura fantasmagoría, engaño, a lo sumo consuelo de pobres y de tontos. Argenzuela, no Argentina, dijeron los miopes.
Podrían considerarse esos argumentos de no ser porque el retorno de la selección triunfante motivó la reaparición del pueblo argentino ante la vista del mundo entero, de ese pueblo de cuya existencia ya muchos dudábamos. A no confundirse, la vuelta del seleccionado local fue tan solo el detonante, el hecho extraordinario y esperanzador al que me refiero fue el retorno del pueblo argentino.
¡Epa! Una turba frenética y cegada por la victoria de solo 11, contentos por un ratito, que aparece de forma espontánea, improvisada e inorgánica ¿a eso puede llamarse el pueblo argentino?... Bueno –hay que admitirlo-, los tiempos han cambiado. Ciertamente no se trató de la Comunidad Organizada de los tres primeros cuartos del siglo XX, ni de los Colorados de Monte, ni de la población del noroeste del país en época del Ejército de los Andes, pero indudablemente estuvimos ahí quienes al igual que todos aquéllos, amamos a la Patria y porque amamos a la Patria, llevamos allí a nuestros hijos y al recuerdo de nuestros mayores –los “pibes de Malvinas que jamás olvidaré”, dice la canción-, además del recuerdo del ídolo futbolero del pasado que junto con sus padres “nos mira desde el cielo” –como también dice la canción-, es decir, al abrigo de Dios.
La valoración de la patria, de la familia, de Dios estaba directa o indirectamente en juego en esa ocasión. Así lo intuyó el poeta y eso fue lo que plasmó en su canción. Y la presencia de símbolos ordenadores de la vida comunitaria demuestra la existencia de un pueblo y no simplemente de una turba, de una masa amorfa: no hay organización –es cierto-, pero hay pueblo. Ordenaron el acto símbolos del pasado que siguen vivos en el presente, listos para ser debatidos, redefinidos, defendidos y ofrecidos a las nuevas generaciones, a los inmigrantes, a todo el que esté próximo… Son símbolos de conjunto, integradores, verdaderamente inclusivos de todo aquel que se ordene a ellos. “Si éste no es el pueblo ¿el pueblo, dónde está?”, cabe preguntarse otra vez como antaño.
En fin, contra toda duda y descreimiento, creo que lo dicho basta para afirmar que allí, en la autopista e inmediaciones, en cada provincia y en cada barrio, en el día del retorno de la selección, se manifestó el pueblo argentino.
Aunque lo dicho vale como una primera aproximación a la cuestión, el acontecimiento nos transporta mucho más allá de un día y lugar específicos. Han sido muchas las voces que a lo largo de la historia se han alzado para señalar esa constante en la cultura iberoamericana que es la interrupción de lo real por hechos sorpresivos, aislados e inconexos. Por su peculiar naturaleza intempestiva, imprevisible, disonante, disruptiva, sorprendente, pueden ser llamados “maravillosos” ¿Acaso no es maravilloso que un pueblo entero salga a manifestarse porque su equipo alcanzó la victoria en un torneo deportivo? Lo racional y lógico es que lo haga por un tema político, una crisis económica, un problema social… Efectivamente, esta manifestación contradice todo lo esperable dentro de la realidad si es que por realidad entendemos lo que el globalismo apátrida imperante establece.
Valga una aclaración. La palabra “realidad” deriva de la palabra “rey”. Es el rey quien establece qué es real y qué no lo es. O sea, la misma definición de lo real forma parte del ejercicio del poder. Y todos los argentinos sabemos muy bien quién oficia de rey aquí: las élites globalistas. Pues bien, los actos “maravillosos” quiebran la realidad y ponen en evidencia que “bajo el asfalto hay vida”, que en la penumbra, por los márgenes o en las grietas transitan corazones que palpitan a otro ritmo, capaces de expresar sus verdades y desmentir las del poderoso, las del rey, las de quien establece qué es real y qué no lo es. Claro, podemos subvertirnos repentinamente, pero al menos por el momento, no podemos como pueblo arrebatar el poder político al asediante.
¿Pero acaso esta imposibilidad constituye una tragedia? No, de ningún modo, es la forma de vida que los pueblos de esta región del mundo han asumido desde la llegada de los españoles. Salvo por la existencia de importantes gestas en el transcurso de las cuales los americanos lograron arrebatar el poder al asediante y ejercer la autodeterminación política, Iberoamérica ha transcurrido la mayor parte de su existencia bajo el asedio de otros: españoles, ingleses, franceses, holandeses, norteamericanos y, ahora, entidades financieras apátridas.
Así, podemos decir que la cultura iberoamericana está signada toda ella por lo real y lo maravilloso a la vez, por lo “real-maravilloso”, como sostuviera el cubano Alejo Carpentier y como fuera nombrada la principal corriente literaria iberoamericana de la década de los ´70.
¿Y para qué traigo a cuento todo esto? Para mostrar que “la maravillosa manifestación del retorno” es no solo un hecho nacional sino un hecho regional. Frente al globalismo, nuestro pueblo emerge luciendo la impronta de la cultura regional, la de los pueblos iberoamericanos.
Ciertamente, la sola existencia de “la maravillosa manifestación del retorno” no resuelve los problemas que aquejan al pueblo argentino, solo alumbra con su luz de esperanza un camino posible. Claro, si esto es cierto, seguramente existirán argentinos, así como otros iberoamericanos, que estén dispuestos a transitarlo, a calzarse los botines de Messi y aportar a la construcción de poder necesaria, a organizarse hasta el punto de alcanzar el día en que sea factible plantearse como posible la toma del poder.
Al respecto, tomando como referencia la “maravillosa manifestación del retorno”, algunas personas nos propusimos reordenar nuestro pensamiento y acción. Y tal es el objetivo de estos artículos, con los cuales me propongo la tarea de convocar a quienes deseen continuar desarrollando la vía regional y federal para el abordaje de los problemas políticos y culturales.
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