Nos dirigiremos aquí a buscar “lo maravilloso” ya no en el orden de lo excepcional, sino en las experiencias populares de nuestro entorno y en la inmediatez de la vida cotidiana. Para ello, les propongo hacer de este y del próximo programa un taller. La actividad consistirá en lo siguiente: yo relataré algunos hechos de mi entorno comunitario y de mi día a día que considero maravillosos y cada uno de ustedes pensará en los suyos y los consignará al pie de este video. Así, al leerlos, podré ampliar la reflexión en base a los aportes que ustedes hagan e incluso podré consignar alguna opinión respecto de ellos.
En primer lugar, les recuerdo que en consonancia con ciertas corrientes de pensamiento iberoamericano, he definido como “maravilloso” a todo aquel acontecimiento disruptivo que cuestiona aspectos o incluso al conjunto de la realidad tal como ésta es establecida por el poderoso, señalando la posibilidad de seguir otros rumbos para la existencia en la dirección que marca el corazón. Dijimos que si bien no existe actualmente una política popular, los hechos maravillosos son el anuncio más o menos lejano de su posibilidad y descubrirlos nos permite iniciar la marcha, construir un rumbo y dejar de una vez por todas la reacción puramente estetizante, como sucede por ejemplo, cuando el pensamiento se limita a descalificar la acción del otro -ya sea justificada o injustificadamente- pero sin ofrecer alternativa cierta.
Paso pues a mi relato. Tiempo atrás acudí a la ciudad de Córdoba para dar una serie de charlas. Me convocó el Colectivo por el Bien Común, una organización libre del pueblo conformada recientemente y cuya primera acción era ésta. Concurrió un público cuantioso y diverso, motivado por resolver los problemas colectivos en términos comunitarios. Yo me limité a describir los problemas propios del campo de la salud mental que nos afectan en Buenos Aires y a mostrar cómo los he abordado desde el punto de vista comunitario. Muchos asistentes reconocieron esos problemas como propios y los vincularon a las problemáticas de salud locales. Resulta que varios de los presentes participaban o incluso lideraban organizaciones comunitarias tanto o más extensas y diferenciadas que las existentes en mi medio, la ciudad capital del país.
Lo maravilloso surge del hecho de que habrían crecido en prescindencia del Estado, es decir, por la voluntad comunitaria como principal o incluso única fuerza impulsora. Me apresuro a aclarar que la ausencia estatal se habría producido en todos los casos no por voluntad confrontativa de las agrupaciones –como sucedió muchas veces en la década del 70- sino por abandono de los políticos, que han retaceado sostenidamente su apoyo material, aunque concediendo quizás eventualmente alguna facilidad o recurso a modo casi de limosna. De este modo, la comunidad misma se encontraba trazando caminos independientemente de los designios de un Estado cuyas líneas de acción responden antes a los compromisos contraídos con los organismos financieros internacionales que con el pueblo de la patria.
En este contexto, entré en contacto con algunas experiencias del campo sanitario. Me llamó especialmente la atención una de ellas, la Red de Enfermeros Comunitarios, una agrupación –actualmente fundación- de casi una década de existencia que nuclea a una variedad bastante amplia de profesionales de salud. Lo maravilloso parte del hecho de que han sido capaces de concitar y organizar el trabajo de unos diez mil voluntarios de las propias comunidades donde se realizan las acciones en un sentido que en alguna medida prescinde de la expectativa de salvación por la intervención del Estado. Por el contrario, introducen una dinámica que anima a cada comunidad a convertirse en lo posible, en artífice de su propio destino.
Mi informante fue la fundadora y lideresa de la agrupación, la enfermera Carolina Jurado, una mujer a quien una de las organizadoras del evento describió con estas palabras: “En ausencia de Perón, Evita hubiera sido Milagros Salas y Carolina representa para nosotros lo mejor de Milagros Salas”.
De origen sumamente humilde, Carolina procede de una de esas mismas comunidades donde se desarrolla su quehacer actual, aunque –me aclara- trabajamos con todas las clases sociales, ya que por diversos motivos existen excluidos en todas ellas, no solo entre los pobres. De esto se desprende un corolario importante que es la vinculación de la enfermedad a la marginación social. La cura en estos casos coincide -en última instancia-, con la capacidad de cada comunidad para proyectarse hacia un futuro saludable. Pero –cabe hacer la salvedad- existen al respecto dos posibilidades muy distintas. Por un lado, el hecho de buscar inclusión en el sistema reafirma las políticas en curso como válidas en general aunque segregatorias en particular. En ese caso, lo que busca el excluido es ingresar a un sistema al cual aprueba. Pero por otra parte, existe la posibilidad de trazar el propio camino, lo cual ocurre cuando se considera inconducente la participación en una sociedad que ya no concita las expectativas de realización de sus miembros. Es en este segundo camino donde lo maravilloso aparece como fundacional. Y al respecto, la lección de la Fundación es clara: no podemos esperar que los proyectos sanitarios procedan hoy día del Estado.
Basta echar un vistazo a las acciones territoriales de la Fundación, para tener una idea acerca de cómo se sitúan en esta disyuntiva. En vez del Estado, la referencia estratégica en este caso son los líderes comunitarios de cada barrio o localidad, quienes de acuerdo con la Fundación convocan a la población en cada oportunidad a participar de los programas de salud que los profesionales ofrecen. Así, en puestos situados en lugares públicos se aplican diversos programas promocionales donde participa la población no solo recibiendo los beneficios sino también aplicando algunas medidas prácticas. Se lleva así a cabo un reclutamiento de miembros que posteriormente son formados como promotores de salud en la Fundación. Muchos de ellos pasan a formar los cuadros de acciones posteriores.
Lo maravilloso aquí es el redescubrimiento del poder de sanación de la comunidad misma. Por la organización de sus miembros y la manifestación de sus capacidades, ella vuelve a ejercer un poder que le es inherente y que al ejercitarse, relativiza las verdades del poderoso y al hacerlo comienza a redefinir la realidad toda. La salud vuelve a ser, como tantas otras veces ha sucedido en la historia de nuestra América, el punto de partida para la realización de proyectos que la trascienden.
En el marco del Colectivo por el Bien Común, se produjo otra situación que me permitió reencontrarme con lo “maravilloso” que esconde nuestra patria. De acuerdo con la metodología habitual, complementé mis disertaciones con un taller vivencial que permitiera a los participantes involucrarse física y espiritualmente en los temas tratados previamente. Con ese fin contacté a Paula Cataldi, facilitadora de biodanza, para que acompañara mi exposición con una serie de ejercicios de integración grupal a partir del cuerpo. Me sorprendió la afinidad que exhibió Paula en su quehacer con los objetivos comunitarios que de a poco se van integrando en el marco del Colectivo en cuestión. Con un claro sentido de trascendencia –muy poco frecuente en otros grupos de biodanza-, logró que los participantes desplegaran en una sola clase, un estado de comunión que más allá de las diferentes ideologías, de las aveniencias y desaveniencias entre ellos o de las posiciones políticas diversas que coinciden en el colectivo, pudieran asumirse por un momento, por un momento maravilloso, como miembros de una misma comunidad de pertenencia que se dirige a cumplir un destino que por ahora no es explícito, ni siquiera explicitable, pero que de algún modo habita misteriosamente en el subsuelo de la patria como un espíritu inasible que nos llama a la unidad. ¡Vaya si eso no fue maravilloso!
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