Sin pretensión de verdad, así en singular, pero sí con la intención de incorporar otras verdades que nos gritan y no logramos incorporar en nuestro cotidiano, se hace preciso echar una mirada más amplia respecto de algunas intersecciones que se produjeron con la pandemia.
Un caso, aquella que hizo con la población más castigada de las ciudades: personas en situación de calle, sin empleo “fijo” o “en blanco”, sin acceso –ni siquiera precario- a la vivienda, desamparados por los sistemas de salud y educación…
Desde estas realidades, varias de las sentencias que hemos escuchado, leído y compartido en nuestros grupos o redes, adquieren un significado particular, o deberían -al menos- ser ubicadas en su contexto. No solamente el “quedate en casa” (opción imposible para muchos hermanos y hermanas), sino también las numerosas manifestaciones de “vulnerabilidad emocional” ante la imposibilidad de ver familiares, realizar actividades al aire libre, disfrutar de una comida compartida, salir con amigos…
Sin ánimo de desmerecer estas lícitas indicaciones y nostalgias (tanto para acatarlas como para vivirlas), se debe reconocer en ellas una plataforma previa de acceso. Solo se extraña –en un plano concreto- aquello que se tuvo alguna vez…
En el caso del pueblo-sur de la ciudad de Buenos Aires, debemos decir que su situación pre-pandemia ya venía particularmente deteriorada. Una situación que no los llevó a extrañar la falta, sino a ratificarla, a profundizarla, a intensificarla. Una situación de precariedad preexistente.
Digámoslo con preguntas: ¿Qué significó el dilema pandémico salud/economía para quien duerme debajo de un puente, para la mujer que realiza venta ambulante, para la familia que recoge cartones, para el paciente psiquiátrico crónico que se derrama por nuestras calles, para las personas explotadas sexualmente…?
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Esencialidad. Co-morbilidad. Cuidarse entre todos. Estar en la misma barca.
Quienes hemos acompañado y estamos acompañando durante estos meses a una población que podríamos calificar como marginal-excluida en las urbes (concretamente, en ciudad de Buenos Aires), partimos de algunas premisas generales:
Al ser la pandemia del COVID 19 una situación planetaria, no se puede únicamente tener un registro local/nacional a la hora de hacer un análisis de políticas y respuestas. Dicho esto, ese mismo reconocimiento de la dimensión global del problema nos muestra una triste constatación: el COVID 19 y sus derivados trágicos en toda nuestra Casa Común no alcanzaron para tocar sensiblemente la arquitectura económica y de poder global. No es verdad que todos perdieron por igual. Ni siquiera es verdad que todos perdieron. La banca, el capital financiero en sus distintas formas, las multinacionales con beneficios de flexibilidad impositiva y reorganizativa, los mega-emprendimientos, el capitalismo de plataformas, etc. no perdieron un centavo. Aquella misma barca en la que creímos correr la misma suerte, resultó no ser la misma, o si era la misma, presentaba compartimientos bien diferenciados.
La anterior disparidad de suertes, convocó a la acción de los Estados (algunos más, algunos menos) y se derivó en políticas de “compensación”, de “rescate”, de “respuesta emergencial” que han sido y son válidas, pero que –salvo dejando que ingrese en nosotros un conformismo salvaje- no se pueden juzgar suficientes.
Una mirada crítica sobre lo anterior no puede desembocar irresponsablemente en un ataque o boicot a estas políticas de parte de las organizaciones sociales, religiosas, o de base. Hay un pueblo que quiere discutir con los Estados y los Gobiernos, pero primero quiere y debe comer, vestirse, vivir. Entonces, nos parece irrenunciable la profecía en este contexto; siempre y cuando evite un petardeo desmedido, que suele caracterizarse por la ausencia de alternativas viables.
Lo que hemos visto y oído
Desde marzo de 2021, hemos visto y oído muchas familias que no pudieron elegir entre economía y salud. A las que no alcanzó el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) o no pudieron cobrarlo por la dificultad para acceder a algunos requisitos (una cuenta bancaria y el correspondiente CBU es un recurso de uso cotidiano… ¿para quién?).
Hemos visto y oído que el decreto presidencial que prohibía los aumentos de alquileres y los desalojos no tuvo alcance en el “mundo habitacional informal” de nuestros barrios (pensiones, hoteles, inquilinatos). La mayoría de nuestros hermanos y hermanas más pobres ocupan viviendas a través de acuerdos de palabra, pagando mes a mes sus alquileres, sin mediar protección contractual alguna. Esto produjo todo tipo de arbitrariedades y abusos por parte de encargados y propietarios, quienes incluso aprovecharon el contexto de COVID (que sobredimensionó el riesgo de quedarse en la calle).
Hemos visto y oído que se aplicó una vara muy distinta para determinar y sancionar la prohibición o esencialidad de algunas actividades. Partiendo de un acuerdo general con las prohibiciones establecidas, no pudimos dejar de observar cuán livianos fueron los controles para determinados sectores y emprendimientos y cuán rigurosos con la actividad informal, de pequeña escala, de supervivencia…
Hemos visto y oído que las co-morbilidades que complicaron a muchas personas que padecieron el COVID, forma parte del cotidiano sanitario de esta población excluida. De lo anterior, se concluye que la población que acompañamos se constituyó doblemente en “población de riesgo”. En otros términos, podríamos decir que el COVID19 redobló el calificativo que ya tenían nuestros hermanos.
Hemos visto y oído que “quedarse en casa” significó para muchos/as reacomodarse en un colchón entre cajas de frutas y verduras bajo la autopista 25 de mayo, recluirse en la pieza de 3 x 2 de un hotel de calle Pedro Echagüe, condenarse a la convivencia 24 hs. con un agresor, renunciar a comer dos veces por día o incluso una, perder la poquita mercadería que se tenía para vender, etc.
Hemos visto y oído que la familia que tanto extrañan ver algunos, no existió nunca para otros; que los amigos que quieren volver a tomar algo juntos no son parte del universo de muchas personas; que las numerosas alternativas para consumir bienes accesorios (delivery, sistemas de entrega a domicilio, plataformas virtuales, etc.) son una total ajenidad para quienes ni siquiera tienen como alternativa saciarse con lo mínimo.
Hemos visto y oído que este súbito llamado a “cuidarnos entre todos” no da cuenta de cuánto descuido histórico padecen muchos hermanos y vuelve a diluir las desigualdades en una idea de totalidad que es más espejismo que oasis. Y que hay problemas que esperan hace muchos años sus respuestas.
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DENTRO DE AUSCHWITZ
¿Cómo hablar de Dios
después de Auschwitz?,
os preguntáis vosotros,
ahí, al otro lado del mar, en la abundancia.
¿Cómo hablar de Dios
dentro de Auschwitz?,
se preguntan aquí los compañeros,
cargados de razón, de llanto y sangre,
metidos en la muerte diaria
de millones…
Pedro Casaldáliga, “Todavía estas palabras” (1989)
Nos sentimos desafiados/as, como cristianos/as, a mirar y a preguntarnos desde “este lado del mar”, desde “dentro” de la pandemia, desde el rincón de quienes siempre han perdido y siguen perdiendo. Algunas de estas preguntas, parten de una reformulación de la remanida frase “cuando todo esto pase”.
Queridos compañeros, queridas compañeras…
Antes que todo esto pase, ¿reconoceremos que cuidarnos entre todos es imposible sin cuidar primero y prioritariamente a los/as más frágiles?
Antes que todo esto pase, ¿seremos capaces de sostener y acompañar medidas de protección integral para la población más pobre, con el mismo rigor y disciplina con el que sostuvimos el uso del barbijo y el alcohol?
Antes que todo esto pase, ¿se mantendrá activa nuestra indignación ético-política ante las desigualdades o habilitaremos un neo-conformismo que se desprenderá del alivio sanitario?
Autores: Noelia Álvarez y Fernando Guzmán
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