Malvinas y peronismo: dos siglos de guerra colonialista inglesa
Por Ariel Magirena
Rodeado de dictaduras, como único Presidente constitucional de la región y con una administración soberana que recuperó en pocos meses hitos en materia política, social y económica sólo alcanzados en sus dos presidencias anteriores, Juan Perón lograba, en su tercer mandato, un éxito de cada uno de sus propósitos.
Con ese panorama, y la muestra fehaciente de una política preferencial para la unidad territorial, el Gobierno Británico le ofreció en 1974 la administración compartida de las Islas Malvinas. El probable acuerdo incluiría la designación alternada de un gobernador. Comenzaría así el tránsito a la soberanía completa en pocas generaciones con enseñanza escolar bilingüe y coronación de ambas banderas para no afectar la vida de los pobladores ingleses.
Con la muerte de Perón, en julio de ese año, la oferta fue retirada y la Corona jugó contra el peronismo volviendo a su estrategia de recuperación de la Argentina a la que consideró colonia por casi un siglo y medio (hasta el primer gobierno de Perón). Ya en 1955 había financiado y alentado el golpe al que su Primer Ministro W. Churchill calificó como “la victoria más importante desde el fin de la segunda guerra mundial”; cuando, además, sentenció que no le daría (al peronismo) “tregua ni cuartel hasta el final de sus días”.
En los informes de inteligencia (de agentes infiltrados en la Argentina desde el derrocamiento de Perón) Lord Franks alertó sobre las convicciones de la Presidente Isabel Martínez en relación con Malvinas. En enero del ’76 advertía a la cámara de los comunes y a la propia Reina el clima de golpe y declaraba que “si bien es posible que se establezca una corta tregua, es previsible la toma de nuevas medidas (por parte del Gobierno Peronista de la actual mandataria argentina) contra los intereses británicos bajo la forma de un aumento de presión hostil, tanto política como económica”, para concluir: “Nunca antes un gobierno había atacado con tanto ensañamiento los intereses británicos en el Río de la Plata”.
Entre los intereses afectados referidos por Franks podemos destacar la nacionalización del crédito y los depósitos (cuya derogación permitió la fuga de capitales en 2001 como los que siguen hasta el presente), la nacionalización del mercado petrolero e hidrocarburífero y la nacionalización de los medios de comunicación audiovisuales (radios y televisión) fundamentales para la estrategia de demolición contra el gobierno peronista.
El 4 de febrero de ese mismo año 1976, en una actitud de provocación para medir la decisión de la Presidente Isabel, el buque inglés RSS Shackleton se internó en aguas de jurisdicción nacional con presuntos fines de investigación. Pero la Comandante en Jefe y titular del Poder Ejecutivo ordenó abrir fuego contra el invasor, la que acató el destructor ARA Almirante Storni que luego lo escoltó hasta Puerto Argentino, a 80 km del incidente.
La Presidente ya había explicitado su compromiso reivindicativo de la zona austral cuando en 1973 participó de la reunión de gabinete en territorio antártico, ante las puertas mismas de las islas.
En el primero de dos tomos publicados por el historiador canadiense Henry Ferns, especialista en relaciones entre Argentina y Gran Bretaña, se describen las operaciones de influencia inglesa en la dirigencia política argentina durante los años de proscripción del peronismo recordando también que antes de Perón “la Argentina absorbía entre el 40 y el 50% de las inversiones inglesas fuera del Reino Unido” y que su instalación como potencia se fortificaba en los acuerdos Perón-Eisenhower que, además, darían un golpe demoledor a los negocios petroleros de la Corona, que por esos años resignaba la India y perdía frente al nacionalismo iraní.
Como una maldición, la decadencia de Inglaterra se manifiesta, en cada momento histórico, ligada con el apogeo de la Argentina. Por eso el mismo historiador publica en 1972 que “como no sea mediante una guerra civil devastadora resulta difícil imaginar cómo puede deshacerse la revolución efectuada por Perón” ya que casi 20 años después del golpe el proyecto soberano, industrialista, científico, tecnológico, cultural y social seguía en pie pese a medidas criminales en su contra que es ocioso describir en este artículo.
La participación inglesa en el derrocamiento a Isabel se hizo inocultable y su influencia sobre la concreción de la candidatura de Carlos Menem tras los estragos producidos por la administración del radical Raúl Alfonsín se reveló en las acciones de rendición soberana de su gobierno que encontraron su cúspide en los nefastos Tratados de Madrid, cuando se suscribe la capitulación de la Argentina oficialmente después de la derrota militar de 1982. La debilitación explícita de nuestras Fuerzas Armadas, la desindustrialización forzada paulatina y la adopción del paradigma del Consenso de Washington para aniquilar todo vestigio de independencia económica estaban demandados en esos “acuerdos de paz” que, pese a su impacto en contra de todo proyecto de Nación, NINGÚN gobierno argentino ha protestado hasta hoy.
En contraste dramático con Isabel las políticas menemistas de “relaciones carnales” con Estados Unidos y de seducción a los kelpers signaron la humillación de la Argentina a pedido inglés, pero la actual administración de Alberto Fernández con funcionarios y Ministros recibiendo línea de la embajada inglesa con alevosía y exhibicionismo suma, además, la agenda de fragmentación social que se queda con porciones impúdicas de presupuesto en nuestra Patria que posterga a los más débiles.
A 40 años del inicio de la gesta de Malvinas, la Gran Bretaña aspira a su victoria final: una Argentina de víctimas autopercibidas que reemplace a la Argentina de los héroes.
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